Ayer Trump dijo adiós a la Casa Blanca. Se fue. ¡Por fín! y Joseph Biden tomó posesión como presidente de los Estados Unidos de América. Hay pocas dudas sobre el fracaso de Trump con su MAGA. De hecho, Trump se va con un record de desaprobación de su gestión, y muchos lo califican sin tapujos como el peor presidente de los Estados Unidos. En realidad, necesitaremos la perspectiva de la historia para poner a Trump en el lugar que le corresponde. Los retos del nuevo presidente son formidables, y el hecho de que Trump haya bajado tanto el listón como para que la mera educación nos parezca un triunfo de la personalidad no van a ser suficientes.
Como habría dicho un exjefe y brillante colega mio, Trump llegó a la Casa Blanca en 2016 con un gran reto: Conseguir hacer de la primera nación del mundo, la segunda. Y en esto posiblemente no ha fracasado. Nos adentramos en terreno desconocido. Y quiero aprovechar este momento para retomar mi formato de Minideas
18-01-2021 Corregir la desinformación no nos salvará
Culpar a las redes sociales de la terrible situación en la que nos encontramos es una explicación demasiado fácil. Estamos tratando de arreglar las redes sociales en parte porque es demasiado difícil y nos da miedo arreglar nuestro sistema político. El problema es que incluso si construimos mejores sistemas de comunicación, medios más reflexivos y cuidadosos, como sin ninguna duda deberíamos hacer, es muy posible que no sirvan en un momento en el que muchos de nuestros líderes optan por una narrativa manifiestamente falsa. Esto crea una dilema imposible para los medios de comunicación.
No se trata de minimizar el problema de la desinformación política. Existen serias vulnerabilidades con el sistema de medios existentes, incluida la tendencia a amplificar las voces más exaltadas por encima de aquellas que buscan el terreno común y la conciliación. Lo preocupante es pensar que nuestra fascinación por los problemas nuevos y atractivos (los deep fakes, las cámaras de eco de las redes sociales o la selección algorítmica) nos aleja de los problemas políticos básicos y fundamentales que estamos muy lejos de resolver.
Fixing disinformation won’t save us, Ethan Zuckerman
14-01-2021 El perdurable encanto de las teorías de conspiración
Los Estados Unidos de América se fundaron basados en una teoría conspiratoria. En el período previo a la Guerra de la Independencia, los revolucionarios argumentaron que un impuesto sobre el té o los sellos no era solo un impuesto, sino el gambito inicial de un siniestro complot de opresión. Los firmantes de la Declaración de Independencia estaban convencidos, basándose en “una larga serie de abusos y usurpaciones”, de que el rey de Gran Bretaña conspiraba para establecer “una tiranía absoluta” sobre las colonias. “El documento en sí es una teoría de la conspiración escrita”, nos dice Nancy Rosenblum.
Las teorías de la conspiración son tan antiguas como la política. Pero los conspiradores de hoy han introducido algo nuevo: la conspiración sin teoría. Rosenblum sostiene que Trump personifica un nuevo tipo de “conspiración sin teoría” que se basa en meras afirmaciones y repeticiones en lugar de pruebas y razones. Mucha gente está diciendo que…
The enduring allure of conspiracies, Knowable Magazine & Why Conspiracy Theories Are More Dangerous Than Ever, Literary Hub
11-01-2021 El escritor como testigo
Si bien es muy posible que ningún libro haya prevenido nunca el genocidio o el fascismo, seguimos teniendo necesidad de que la literatura atestigüe las condiciones políticas de nuestras vidas, no solo como memoria de los que hemos perdido, sino también como razón para unir esfuerzos y seguir resistiendo. (Por qué necesitamos literatura para documentar las atrocidades, en el hogar y en el extranjero, Zócalo)
El ensayo de Daisy Hernández El escritor como testigo. Por qué necesitamos literatura para documentar las atrocidades, en el hogar y en el extranjero, es parte de la investigación de Zócalo: Cómo deberían las sociedades recordar sus pecados
The writer as witness, How should societies remember their sins, Zócalo
04-01-2021 Neofeudalismo y señorío digital
Aquí, en el siglo XXI, estamos acosados por todo tipo de bandidos digitales, desde ladrones de identidad hasta espías corporativos y gubernamentales y acosadores. No hay forma de que nos defendamos: ni siquiera los tecnólogos más capacitados que administran sus propios servicios en red son rival para los bandidos. Para mantener alejados a los bandidos, hay que estar en permanente alerta y ser infalible. Para que los bandidos te atrapen, solo necesitan encontrar un error.
Para estar seguro, es necesario aliarse con alguno de los señores de la guerra. Apple, Google, Facebook, Microsoft y algunos otros han construido fortalezas masivas repletas de defensas, para parapetarse del acecho de los ciber mercenarios más feroces que el dinero puede comprar. Ellos te defenderán de todos los atacantes, excepto de sus propios intereses. Si el señor de la guerra se vuelve contra ti, estás indefenso.
Bruce Schneier llama a esto “seguridad feudal”, pero como me escribió el medievalista Stephen Morillo, el término correcto para esto es probablemente “seguridad señorial”, mientras que el feudalismo se basaba en concesiones de tierras a los aristócratas que prometían soldados armados a cambio, el señorío es un sistema en el que una élite poseía toda la propiedad y el resto debía trabajar en esa propiedad en los términos que establecía el señor local.
Neofeudalism and the Digital Manor, Cory Doctorow
En temas de señorio, España es un referente y debería tener una clara ventaja competitiva. No sé si alguien se ha hecho ya esta reflexión.
Imagen: Ilustración del Privilegium Imperatoris, Wikimedia Commons